Muchos padres y monitores de ajedrez se encuentran con el problema de que su hijo no invierte suficiente tiempo durante las partidas de torneo. Sea cual sea el ritmo de juego, la mayoría de niños de 10 años o menos apenas gastan tiempo en sus partidas de ajedrez, lo que en muchas ocasiones los lleva a cometer importantes errores y obtener una rápida derrota. Hablemos un poco sobre ese asunto y permítanme que les ofrezca algunas recomendaciones al respecto.
¿Recuerda usted lo enorme que le parecía el patio del colegio donde jugaba con otros niños en el recreo? ¿Ha tenido ocasión de volverlo a ver años después? Si ha regresado al cabo de los años, siendo ya adulto, tal vez le haya sorprendido el tamaño. Ya no parece tan grande, ¿verdad? Cuando crecemos nuestra perspectiva también cambia.
¿Y recuerda lo largas que se antojaban las vacaciones de verano o Navidad? ¿O la cantidad de cosas que se podían hacer en una tarde? Es probable que hoy en día no tenga tiempo de hacer todas las cosas que quisiera en una tarde, y que las vacaciones de Navidad pasen tan rápido que apenas le dé tiempo a disfrutarlas. Nuestra apreciación del tiempo también cambia con el paso de los años.
Resulta curioso asistir a un torneo sub-8 o sub-10. Aunque el ritmo de juego sea de más de una hora por jugador la mayoría de las partidas se desarrollan a una velocidad trepidante. Cuando se inicia la ronda se pueden obervar decenas de manos que se mueven sobre los tableros a la velocidad del rayo, casi coincidiendo la mano del jugador que mueve con la de su adversario que retira la suya tras realizar su movimiento. El traqueteo de los relojes será el sonido que invadirá la sala de juego en los próximos minutos. Pero no durará mucho. Pocos minutos más tarde casi todas las partidas habrán terminado. A pesar de que los jugadores disponían de más de un hora en su reloj para la partida, muchos no consumen ni 5 minutos.
La mayoría de esos niños ya han recibido el consejo por parte de sus padres, de sus entrenadores, de los miembros adultos de su club, etc, de que deben pensar cada jugada durante mucho más tiempo. Y es probable que muchos de ellos hayan asentido y se hayan comprometido a pensar más en la siguiente partida. Pero vuelve a ocurrir, una y otra vez. Apenas piensan durante la partida.
El tiempo pasa de diferente manera para ellos, y lo que para usted significaría pensar un poco puede que para su hijo resulte una eternidad. No crea que su hijo sencillamente se olvida de los consejos recibidos o que a su hijo le da exactamente igual pensar o no pensar. Su apreciación del tiempo es diferente. No es ese el único factor. En ocasiones existe el "efecto contagio". Me explico: el niño se sienta dispuesto a emplear bastante tiempo de reflexión antes de realizar cada jugada, pero su rival le responde tan rápido, en las partidas de al lado se mueve tan rápido, que su mano sigue la inercia de lo que ocurre a su alrededor.
Normalmente este problema se soluciona solo, con la madurez. Cuando el niño va creciendo y madurando acaba adaptándose a los ritmos de juego más lentos. Pero esto no significa que no se puedan tomar cartas en el asunto para ayudar al niño a que reflexione en sus partidas. Pero probablemente no basta con insistirle. Permítame que le ofrezca un consejo para tratar de solucionar esto. Recomiende a su hijo que anote las partidas. Pero no sólo las partidas lentas en las que es obligatorio anotar. A cualquier ritmo de juego igual o superior a 20 minutos por jugador se puede anotar sin que esto afecte negativamente. Por supuesto, cuando queden unos 5 minutos en el reloj, el niño podría dejar de anotar para aprovechar el tiempo sin problemas.
¿Y de qué manera le ayudará anotar? Pues bien, en primer lugar el simple hecho de tener que tomar el bolígrafo, comprobar la jugada y anotarla, ayudará al jugador a pausar su ritmo. En segundo lugar esta rutina impedirá que el jugador caiga en el "efecto contagio" que hemos descrito en el párrafo anterior. Además anotar la partida tiene otras ventajas, como la posibilidad de poder revisar la partida más tarde y trabajar sobre ella. También es una manera de que el niño se vaya familiarizando cada vez más con el sistema de anotación. Verá que al principio los niños deben comprobar las coordenadas de las casillas antes de anotar cada jugada, pero con el tiempo esto no será necesario.
Quizás debo advertirle que probablemente la idea no le haga a su hijo demasiada gracia y ponga excusas, como que le desconcentra, o que le quita tiempo para pensar. Esta última excusa resulta especialmente cómica y paradójica, teniendo en cuenta los motivos que nos llevan a tomar estas medidas. Hágale ver a su hijo lo importante que resulta que anote la partida y no se deje convencer por sus protestas.
Además de este consejo también le recomiendo que proponga a su hijo en casa pensar acerca de diferentes posiciones en el tablero. No hablo de los problemas de táctica que abundan en libros y revistas con el titular "Blancas juegan y ganan" o "Mate en 3 jugadas". Posiciones más o menos complejas que puede seleccionar de cualquier libro. Encuentre un diagrama perteneciente a cualquier partida de algún buen libro de ajedrez. Fíjese en si el autor realiza algún amplio comentario sobre esa posición, aportando algunas variantes sobre las diferentes posibilidades. Pídale a su hijo que se concentre en esa posición y trate de hallar el mejor camino y que, mientras va encontrando diferentes variantes las vaya anotando en un papel. Este sencillo ejecicio que puede proponer a su hijo, incluso si usted no entiende de ajedrez, le puede ayudar a acostumbrarse a tratar de profundizar en cada posición y a detenerse en ellas.
Si por el contrario su hijo, a pesar de su corta edad, suele emplear bastante tiempo en sus partidas, disfruta pensando y es capaz de jugar largas partidas mientras que la mayoría de las partidas que se disputan a su alrededor acaban pronto, déjeme que le diga algo: ¡Guau! Esto es una gran señal, una prueba de madurez y de capacidad de concentración. Pero como digo son muy pocos estos casos y no debe desanimarse si no es el suyo, tan sólo debe ayudar a su hijo para que lo corrija.